Todos estamos marcados por nuestros primeros años de vida a través de nuestras experiencias, el lugar donde vivimos, padres, colegio, amigos, familia… Los perros también son muy sensibles a esta etapa inicial, llegando a quedar marcados de una forma definitiva. La impronta en ambos casos hace referencia a la asimilación del aprendizaje básico necesario para la supervivencia de la especie.
Konrad Lorenz ya nos hablaba del troquelado, impronta o imprinting, basándose en el estudio de los gansos. Para evitar convertir este artículo en algo tedioso, te invito a que investigues un poco en la red quien era y que hizo, ya que simplemente es alucinante.
En el caso de los perros, la etapa más crítica transcurre desde el nacimiento hasta los 4 meses y medio de edad. Para aclarar este concepto, pongámonos en dos situaciones antagónicas: dos cachorros hermanos de camada, uno se llama Castor y otro Pólux, en alusión directa a los hermanos gemelos de la mitología griega.
Cástor es un cachorro que nació en unas condiciones inmejorables, su madre le cuidó junto a sus cinco hermanos, fue bien alimentado, jugaba , descansaba y exploraba el mundo que le rodeaba. Cuando Cástor mordía muy fuerte a sus hermanos mientras jugaba, estos chillaban y se apartaban de él, así aprendió a controlar la fuerza de su boca, de su madre aprendió durante dos meses aquellas cosas que solo una paciente madre puede enseñar.
A los dos meses pasó de vivir con sus hermanos y su madre a vivir en una casa con una familia que desde el primer momento le dio amor y algo no menos importante, limites. No había un día en el que no saliese a la calle con Maria, una niña encantadora que las primeras semanas, muy prevenida ella, llevaba a Cástor en una mochila para evitar que pudiese enfermar de moquillo o parvo. Jugaba con otros perros, corría, y a su corta edad ya no le extrañaba ver un autobús, mucha gente y hasta motos. A los cinco meses ya era un auténtico perro de ciudad, loco por explorar y aprender de todo lo que le rodeaba, su rabo siempre arriba y su nariz siempre abajo oliéndolo todo
Polux es un cachorro que nació en unas condiciones inmejorables, su madre le cuido junto a sus cinco hermanos, bien alimentado, jugaba , descansaba y exploraba el mundo que le rodeaba… Hasta que un día, cuando apenas tenía un mes de edad fue regalado a una familia el día de navidad -un clásico-. El perro nunca fue más que un capricho, nunca salía de casa y cuando se hacía pis era duramente reprendido, pasaba muchísimas horas solo, el niño de la casa no le hacía caso y cuando le dedicaba algún rato le trataba de forma brusca, y cuando Polux jugaba con su boca al morder hacia mucho daño y era nuevamente reprendido, al llegar a sus cuatro meses de edad por fin empezó a salir a la calle, todo era nuevo y extraño para él: autobuses, gente, ruidos… Las personas se acercaban a tocarlo y él se asustaba, otros perros también se le acercaban pero… Polux no sabía relacionarse con ellos, finalmente la familia se cansó de sus mordiscos, pises y cacas. Además, su comportamiento fue empeorando al no tener unas normas y límites claros. A los seis meses acabó en la calle abandonado y hambriento, siempre deambulaba con el rabo entre las patas y con la cabeza agachada.
Llegados a este punto, tenemos dos situaciones con un mismo punto de partida y una misma genética, pero un desenlace totalmente diferente. Cástor se ha convertido en un perro equilibrado y Polux en un perro con serias carencias e inseguridades.
Como conclusión, diré que una impronta feliz, llena de vivencias positivas y amor, junto con unas normas y límites claros, hace que un cachorro se desarrolle mentalmente equilibrado, dotándole de herramientas para enfrentarse a la vida. Si hay una palabra relacionada directamente con la Impronta, es sin duda equilibrio.
Desde aquí envío un abrazo a todas las familias de tutela que llenan de amor y de equilibrio a nuestros dulces detectores, sin vosotros nada de esto seria posible.
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